Los cuadros de Joaquín Ferrer Guallar, no dejan indiferente. Su colorido, variedad de gamas y elementos anecdóticos y semióticos escondidos y flotantes en esos colores pastel de los fondos, así como esas formas geométricas con apariencia y colores de piezas de un juego de arquitectura infantil impactan en los ojos del contemplador. Pero la pintura de Joaquín, que siempre firma con un acrónimo de sus apellidos, Feguars, retrotrayéndose así a un apelativo que ya debía  usar en su niñez, no es sólo para mirarla si no para sentirla, como le ocurre a la música.

Para él el lienzo es un pentagrama donde plasma una melodía de colores y formas generada por un desarrollo cromático infinito del arco iris y por una geometría de formas ilimitadas. El resultado de tan trabajoso hacer son esos cuadros que hablan a la sensibilidad; abigarrados, llenos de ritmos geométricos que se entrecruzan y conviven con signos y criptogramas -casi jeroglíficos egipcios- que hacen su lectura compleja y atractiva pues nos permite volcar nuestro inconsciente cual si de las manchas del test de Rorschach se tratara. Curiosamente incluso recuerdan la riqueza y sorpresa de los fractales, por esas formas que nos envuelven, con sus cambios y estructuras cinéticas sorprendentes.

Su obra es deudora de gran parte de la historia de la pintura, su gran afición desde que lo conocí. En sus cuadros hay desde guiños al constructivismo ruso (Mondrian), hasta un claro referente a la Bauhaus de Kandinsky, pasando por la abstracción geométrica, el lirismo “mironiano”, el surrealismo abstracto, y un siempre presente sedimento naif que denota sus comienzos difíciles autodidactas.

Joaquín Ferrer Guallar, con su técnica, trabajo pictórico y gran voluntad, ha logrado amalgamar un mundo propio y original, perfectamente distinguible a primera vista.

 

Alejo Lorén
Miembro de la Asociación Española de Historiadores del Cine