Todo flota y queda disponible de un golpe a la mirada como una música visible. Todo ha perdido su anclaje gravitatorio, como el globo escapado del niño que pasa jubilosamente a ser del que quiera verlo. Todo se fragmenta y se recompone en estos cuadros como en una sinfonía. Agilidad, claridad, transparencia. Pero nada está quieto (en vidriera) sino que parece agitarse en vibrantes juegos de colores, en campos magnéticos sin choque. Cada cosa parece equidistar del todo en medio de un fluido iluminado, habitable.
En realidad así es el mundo si uno calla y sueña que el sol navega en silencio por encima y que el aire tiene grados, olores, rumores, ruidos (como los signos de Miró sueltos por el cuadro) y que el agua es un movimiento infinitesimal continuo. Las sensaciones vibrantes que llegan al hombre se quedan suspendidas, dispuestas a mezclarse, a tomar formas continuamente nuevas.
Juega la cabeza del ser humano (como nos descubre este pintor) a disponer el mundo en simetrías, en conceptos con forma física, en aglomeraciones geométricas puras, esferas que no quieren posarse en ningún sitio y curvas y dientes de sierra que son risueños porque están donde el espacio los necesita. Contrastes dinámicos, contrapuntos sonoros. Poesía visual, figurativa. Joaquín Ferrer Guallar escoge los colores (sean o no reales) como un poeta dispone las palabras.
Será el mundo como sea, pero el diálogo de la geometría es el esquema humano para sentirlo acorde, recreado, reconocible, llevado al extremo de la recta y de la curva (punto y línea sobre el plano), como soñó Kandinsky, como Kepler imaginó al sistema solar y los planetas según las proporciones de los cinco poliedros.

ROBERTO MIRANDA
EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.

PeriodicoAragon