UN PAISAJE CON VENTANAS
Mirar es abrir los ojos al asombro. Para mirar los cuadros de Joaquín Ferrer hay que limpiarse el babero de migas y otras antiparras, porque Joaquín nos regala luz y color hasta inundarnos de dicha. Nunca pensé que se podía poner orden a canciones como “Me gustaría darte el mar”. Pero ahí están ordenadas las palabras en rectángulos y esferas que descolocan los sentidos y los mojones de los caminos trazados. Lo importante de las pinturas de Ferrer es que no tratan de interpretar lo que ya existe, ni siquiera de ofrecer claves para comprender lo que se mueve en el sinuoso océano de los sentimientos húmedos. Los cuadros de este hombre inquieto y sereno, son puertas a otras dimensiones emocionales que llenan vacíos y decoran estancias.
Tanta serenidad, tanto equilibrio, tanto color, produce dicha y esperanza. Te gustaría sumergirte en estos cuadros nacidos para gozar con inocencia infantil. Sin abordar interpretaciones intelectuales pero sin desdeñar claves, enigmas y refranes escondidos entre los pliegues de la memoria. Joaquín Ferrer pinta como nadie, porque nadie interpreta el tiempo y el espacio como él. No quiero ponerme redicho para buscar huellas de Miró y otros exuberantes, porque no entiendo de pintura ni quiero. Pero contemplo que esta pintura es personal y propia, propietaria de un universo que tuvo huertas y bancales de hortalizas y otras poesías telúricas. Un paisaje con ventanas a los sueños no soñados.
Joaquín Carbonell